La impulsividad podría definirse como una dimensión de la personalidad que se caracteriza por la incapacidad de resistir un acto o pensamiento que puede resultar dañino para uno mismo o para otros o como una predisposición a una reacción rápida y no planeada frente a estímulos tanto internos como externos, en la que no se tienen en cuenta las consecuencias negativas de esta actuación para el propio individuo o para terceras personas.
Las expresiones de la conducta impulsiva en los seres humanos se caracterizan por impaciencia, búsqueda de riesgo, preferencia por recompensas inmediatas, disminución de la capacidad de análisis de las consecuencias, búsqueda de placer y agresividad.
Se señalan tres regiones encefálicas que regulan las conductas impulsivas: 1) núcleo accumbens, 2) región basolateral del núcleo amigdalino y 3) la región orbitaria de la corteza prefrontal, existiendo dos circuitos cerebrales principales implicados en la regulación de la impulsividad, un circuito sobre el sistema de la amígdala, responsable de gestionar las emociones y que se encuentra perturbado cuando la impulsividad es elevada, y un sistema prefrontal, que es el responsable del proceso reflexivo y que actúa inhibiendo conductas.
Como señala Franco Fernández en la obra “Los trastornos del control de los impulsos y las psicopatías: Psiquiatría y Ley”, la impulsividad puede expresarse como rasgo de la personalidad, es decir como un constituyente básico de la personalidad, de expresión precoz en la vida del sujeto y que impacta en múltiples áreas del sujeto o se puede manifestar como un estado, como un síntoma, en el que las conductas impulsivas o actos perjudiciales aparecen de forma puntual, sin planificación y, en general, como respuesta a perturbaciones ambientales o biológicas. En el primer caso estarían, por ejemplo, el trastorno límite de la personalidad y el trastorno antisocial de la personalidad mientras que, en el segundo caso, nos encontraríamos los trastornos del control de los impulsos propiamente dichos.
En la población adulta y según la última clasificación de la Asociación Americana de Psiquiatría, estos serían:
La persona que lo padece presenta arrebatos súbitos de agresividad verbal y/o física totalmente desproporcionados al estímulo que los desencadena.
Se caracteriza por una tendencia a provocar incendios o intentos de prender fuego a las propiedades u objetos de los demás, sin una motivación aparente.
Se caracteriza por un impulso irresistible a robar objetos que por lo general son de escaso valor y el sujeto no necesita, siendo habitual que luego se deshagan de ellos, los regalen o escondan.
También se incluirían aquí otros trastornos que no suponen una categoría diferenciada, entre ellos las compras compulsivas (oniomanía), la adicción a internet o la conducta sexual compulsiva.